“Siempre soñaba tonterías, pero era un buen muchacho”, me dijo su amiga Ana Conda, recordando los 10 años que habían transcurrido desde aquel penoso miércoles. El día en que lo iban a violar, Pepito Concha se levantó a las 6.00 de la mañana para esperar en el aeropuerto el avión en el que llegaba el amigo que conoció a través de Internet. Había soñado que estaba corriendo desnudo por una playa, donde la brisa le refrescaba la cara, y se sintió tan relajado que no quería despertar, pero cuando lo hizo sintió que había corrido por el desierto, perseguido por serpientes, escorpiones y demás alimañas.
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